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Para Olympia

Hoy me desperté dentro de una de esas mañanas en las que nuevamente me lo cuestiono todo. Este todo se centra básicamente en las conclusiones llegadas la noche de ayer y también en aquellos actos que todavía no termino de anular. La conclusión que no mata pero destruye: el utilitarismo que desarrolla cierto tipo de gentes. Por ejemplo, considero que hay momentos de estupidez en que la gente abre y abre la boca para decir sin sentidos. Claro está, que no lo hacen con el afán de mentir. No, me parece que lo hacen debido a la necesidad que poseen de sentir, aunque el efecto sea de corta duración, la novedad del instante. Después, y lamentablemente, pasado el tiempo, este efecto termina y el que cae en los brazos de la decepción y el desamparo es el receptor de dichas exageraciones. Y es que la gente está acostumbrada a apasionarse y a eso llamarle amor. A ese intento desesperado de llenar sus sexos, sus vacíos y miserias. La gente se engaña.

Este proceso puede darse varias veces y en distintos contextos. Suele nacer de situaciones en las que de alguna forma se tocan puntos básicos en el sentimiento de la persona que hacen que se busque la sensación. Así, se genera una especie de posesión y la persona se llena a sí misma de concepciones y ganas - todas ellas volcadas hacia la otra persona - que llevan a realizar acciones en pro del cumplimiento y satisfacción de las mismas. De esta manera, se escuchan adulaciones de todo tipo, promesas, y para cerrar la mutilación emocional, se es víctima de miradas y caricias que fulminan los sueños. La situación toma color de desgracia cuando se sobrepasan los parámetros de la ropa. Ahí sí que el efecto posterior al entendimiento de la nula validez de toda esta parafernalia, aniquila. Los momentos impresos en la piel, resultan imborrables.

Erika Almenara, 15.1.06 13:10

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