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Antonio se confiesa iniciando el cuento que creyó nunca acabar en un intento patético de explicar el amor

Soy tan o más irreductible que Girondo al señalar que algo que no se le perdona a una mujer es el hecho de que no sepa volar. Este es el motivo primordial por el que estoy enamorado de Cassandra. La conocí volando y sin duda fue su arte de volar el que me cautivó, fue esa cadencia que ella derrama la que derrumbó todos mis mitos.

Cassandra es una mujer que cuenta con muchos atractivos, muchos créanme. Muy a parte de su esencia volátil, posee una mirada que lo trastoca todo, me acaricia por dentro con sus alas, rompe mis paredes, vence mis venas, abre mi pecho y llega a calar hasta el alma… fíjense que tan sólo estoy hablando de su mirada. Sus ojos me conocen, me descubren, yo me pierdo en ellos y me hallo dentro, muy dentro de ella.

Si pretendo seguir un orden lógico, debo continuar entonces hablando de sus labios, maravilla encarnada en un rostro de mujer tan delicadamente delineados, hacen juego con sus pupilas, brillantes, poderosos. Labios rosas, no rojos ni rosados, rosas. Estos labios tan exactos, esconden unos dientes que cuando se hunden en mi piel dejan huella, erizan, encienden… ensillas fabricadas de la tela de su corazón, rojo fuerte, fuego vivo.

Noto al consignar el último punto del párrafo que me he alejado de la primerísima razón de esta declaración, el volar de Cassandra. A distancia y sin su presencia, sus atributos secundarios me distraen, me hechizan. Ella nunca es pedestre, siempre es alada, ella no camina, vuela. La primera vez que noté su naturaleza etérea, quise seguirla, aprehenderla. Ella me llevó mucho más allá de los límites que rozan siquiera la felicidad. Conocí de su mano los ecos de todo un siglo, de toda una generación, de todo un pensamiento. Me sentí casi alada también, dormida en su abrazo.

El caso es que he redescubierto que no puedo mezclar mi esencia, con una mujer pedestre y ya que todas lo son, debo resignarme a pretender a una sola, mi mujer alada, la que hace, a partir de su esencia etérea, que todo lo que yo viva parezca de fuera de este mundo. La que me tiene siempre en las nubes, la que me eleva, mi sueño hecho realidad, Cassandra.

Erika Almenara, 15.1.06 13:16

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