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Esta mañana, el camino hacia mi centro de trabajo ha sido un camino forastero. Primero, la combi – para ser más precisa la “couster” – repleta, no hay asiento libre, en una mano la lonchera, en otra la cartera y además la casaca. Hago un esfuerzo sobrehumano, comulgando con los pulpos, para hallar la forma de aferrarme a la barra y no caerme. Debajo de mí, a la altura de las rodillas que aprieto para mantener el equilibrio, un muchacho de unos diecisiete años lleva puesto unos audífonos que casi cubren toda su oreja. La música que parece escuchar lo lleva a practicar movimientos pintorescos que me provonan reír. Ya cerca de la Avenida Cuba, el muchacho que viste un short y un polo que dice Huntington, de cabellos oscuros y enredados, decide dejar de usar los audífonos. Los guarda dentro de su mochila que lleva sobre las piernas y de un pequeño bolsillo extrae un boleto de letras rojas que dice ADULTO. No sé por qué sospecho y me digo a mí misma que soy una mal pensada, que por eso voy a terapia. Me pide permiso y me hereda su asiento. Lo veo derrotar a las personas que en el pasillo obstaculizan su paso y entonces baja. Lo observo desde la ventana que primero limpio y cuando comienza a caminar por la acera noto una ligera sonrisa que no embellece su rostro. El muchacho guarda el boleto de letras rojas en el pequeño bolsillo.

Erika Almenara, 25.1.06 08:12

1 comentarios

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at 10:52 a. m. Blogger Sir Faxx von Raven dijo...

de haber sabido que eras tú te daba el asiento antes.

 

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