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El Coraje y a la gracia de Jimena

Alonso Cueto
Perú21
Lunes 3 de abril de 2006

Un periodista, como un escritor, nunca puede perder su capacidad de asombro. La vida en su infinita, mercurial variedad, es una fuente de revelaciones. Lo que caracteriza a un escritor, como a un periodista, es su capacidad por descubrir estas revelaciones y encontrar las palabras que puedan representar su intensidad y su dramatismo. La muerte, que es, al final, parte esencial de la vida, también aparece frente a nosotros de muchas maneras. Saber cortejar a la vida con gracia, poder desafiar con desparpajo a la muerte, es una característica esencial del trabajo de una periodista.

La periodista y escritora Jimena Pinilla, que murió el jueves pasado, fue una de esas personas. En el prólogo de su libro Me he sentado a caminar (Peisa, 2003), cuenta de sus experiencias con la muerte, cuyo origen en su caso era un desorden genético ligado a su sistema inmunológico. Una de las paradojas felices de su vida fue que ese cuerpo disminuido y vulnerable alojaba una de las almas más corajudas y graciosas que he conocido. A pesar de que más le hubiera convenido una profesión que la obligara a estar protegida, en espacios cerrados, ella se sentía periodista de corazón, es decir, de un corazón que late en busca de los personajes que hacen que la vida a nuestro alrededor sea posible.

Y no solo los entrevistaba a ellos sino también a comunidades enteras. Hace no mucho, equipada con un tanque de oxígeno, llegó hasta las alturas de Sarhuas para entrevistar a los artesanos. Su coraje venía de su sed insaciable por la vida. Creo que ese coraje se alimentaba, como a veces ocurre, de la felicidad.

Amaba no solo a su familia, compuesta por Juan Carlos, sus padres Antonio y Teresa y sus hermanos Teresa, Carmen María, Patricia, Susana, Charo y Toño. Amaba también a la gente y confiaba en su esencial bondad. Esta fe en las personas era un instinto, como lo era su convicción de que el Perú iba a convertirse en un país integrado. No solo tenía esa fe sino que veía en el periodismo una ocasión para practicarla. Por eso se ponía un tanque de oxígeno para ir a Sarhuas, por eso se mezclaba con la gente de las calles para escribir sus crónicas, por eso no aceptaba la insistencia de su enfermedad y seguía practicando el periodismo como una aventura.

Toda persona que escribe, por más pesimista que crea ser, es ya en cierto modo una optimista. Escribir es creer en las posibilidades de una relación. Ella escribió mucho, siempre, y no solo textos periodísticos sino también relatos. Fue parte de una promoción valiosa de escritores jóvenes que Iván Thays y yo conocimos en los talleres de narrativa del Centro Cultural de la Universidad Católica. El hecho de que haya dejado tanto escrito, de que podamos seguirla leyendo es el testimonio de una vida que vivió con intensidad hasta el último día. El sarhuino que le agradeció en quechua durante su sepelio la va a recordar siempre, igual que todos los que la conocimos, la leímos y la seguiremos leyendo y conociendo.

Erika Almenara, 3.4.06 07:19

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