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Diario de Antonio sobre el día en que conoció a aquella bailarina

Desconozco a ciencia cierta si una vez más se trató de mis grandes creaciones fantasmales, llenas de atribuciones convenientes a mi psiquis, a mi carne, a mi esencia. Alguna vez tuve conocimiento de ella, en realidad fueron dos las veces que escuché sobre su existencia. La primera, hace un par de años, en el sofá de mi sala y mientras buscaba llenar mis vacíos con pechos que herían mis manos. La segunda, también de noche, haciendo zapping la encontré sentada en un frío set de Canal N hablando sobre el clítoris y los falos.

Qué genialidad de mujer, comenté a Cassandra y ésta sin prestar la menor atención a lo dicho, comentó que en Discovery Kids estaban pasando al Osito Piri y que estaba muy cute, que había que verlo.

Mentira, hubo una vez más aunque este tercer acercamiento fuera en realidad el supuesto anuncio de su llegada a mi vida:
Primer día de clases, 25 mujeres con cara de raras, todas, oyéndome hablar sobre la timidez, el silencio y la mentira. Yo con la voz entrecortada, traspirando supe de su visita durante el próximo mes. Todo los antecedentes que tenía sobre su existencia golpearon mi cabeza y me alegraron, me regalaron esperanza, vida. Vida después de tanta muerte ingenua.
Los días pasaron y llegó septiembre. Una nueva semana comenzaba y también nuevas etapas. De la primera me enteré aún hasta ahora sin saber cómo. Alguien envió un mensaje anónimo a mi teléfono móvil felicitándome por haber quedado finalista en un concurso de cuentos. Esta noticia me alegró mucho, más aún cuando descubrí que habían sido tres de mis escritos, los que habían sido seleccionados. También me alegró que el mensaje anónimo estuviera sucedido por otro que decía “te extraño”.
Pensaba que una vez más, estaría dispuesto a conformarme con las migajas de Cassandra. No encontraba sentido a mi existencia sin ella a mi lado. Tan dañina y encantadora a la vez. Extrañaba su mirada perdida, esa de cuando hacíamos el amor. Su auto bajo mi puerta esperando por mí. Nuestros sueños más que nuestras propias vivencias. Eso, extrañaba soñar con Cassandra. No puedo amar con quien no sueño.

De la segunda, me enteré un jueves. La oí llegar, sentí sus pasos y la voz caló desde un primer momento. Recuerdo haber visto la pequeña cola que traía encima de esa chompa rosada y ese pantalón verde que siluetisaban tanto ese cuerpo (¿de hombre?) desde su entrada. Venía abrazada a algo y sí, traía además una casaca verde militar (¿de soldado?) y un maletín color mostaza que se veía pesado, más que ella pues ella era delgada y alta, de manos grandes, de dedos largos, con ojos verdes que sin mirarme, me miraron.

Antes de iniciarse la clase, corrí al baño y llamé a Lúcas para contarle que en efecto, ella había asistido a la charla. Al salir, la escuché contándole a la profesora que había impreso uno de sus cuentos para repartirlo y que además tenía pensado que cada uno leyera un extracto del mismo para así hacernos participar a todos. Qué brillante esta mujer, pensé nuevamente y salí del baño a tomar mi puesto como alumno de segunda fila en el taller de creación literaria con Carmen Ollé. Ésta hizo una clase de introducción antes de presentarla a ella, hablando así acerca de la literatura lésbica radical. De pronto, lo entendí todo. Ella nunca saldría conmigo. Abandoné el salón de clase y marqué el número de Cassandra.

Erika Almenara, 15.1.06 14:20

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