Una vez al año dicen que es recomendable.
La bata siempre me ha causado gracia porque tiene una aventura vertical que hace que el trasero coquetee constantemente con el aire. Luego la camilla, sí la camilla. El papel desenrollado esperando amortiguar el lado posterior de tu cuerpo. Yo siento que raspa, no que amortigua. Después, la peor parte: piernas separadas para que otro asome su rostro, sea un él o una ella, da lo mismo, la sensación es siempre la misma.
Los aparatos fríos comienzan a deformar mi intimidad y la molestia puntual parece peñiscarme cuando algo presiona mis entrañas. Una pequeña cabeza de algodón dentro mío, dentro de la estudiante, de la traductora, de la poeta, de la amante, de la amiga, de la hija, de la dulce, de la fuerte, dentro de la mujer.
Mis ojos se vuelven líquidos y buscan desesperadamente alguna figura amable en los que puedan perderse. Sobre un escritorio “La hora azul” de Alonso Cueto reposa y entonces repito en mi mente el nombre de los personajes, sus búsquedas, sus tristezas, su humanidad. De pronto, algo me interrumpe, es la doctora anunciando que todo ha terminado.
Cierro los ojos y pienso en Miriam. Gracias, Alonso.
Erika Almenara, 18.7.06 15:44
1 comentarios
- at 7:33 a. m. El Doc dijo...
Nuestras más cercanas imágenes aparecen muchas veces, no se sabe de dónde, para calmarnos con su valiente compañía.
La magia de las imágenes repetidas, la mística de la memoria.
~ El Doc